30 segundos*
(* título inspirado en la película 60 segundos)
Es esencial no llamar la atención, hay que mimetizarse con el lugar en el que te encuentras.
Apenas un instante, dejó de caminar y observó su ropa. Vaqueros desgastados, sudadera, abrigo de hipermercado, bastante corriente, botas (las había comprado en una tienda de vestuario laboral, calzado de seguridad con puntera reforzada, le habían indicado. No destaba incorporarlas a su indumentaria), guantes y gorro. En un polígono industrial no llamaba la atención sino todo lo contrario. Si la ocasión lo hubiera requerido, se habría enfundado un traje de Armani. Desde luego, con traje y corbata se sentía mucho más a gusto. Recordaba las palabras de su padre, sobre causar buena impresión, ir bien vestido. “Nadie sospecha de un hombre con traje”. Sonrió. Si él supiera lo que había hecho con tal vestimenta.
Con un rápido vistazo, un gesto aparentemente casual, comprobó que no había nadie a su alrededor. Se estaba aproximando a su objetivo, un vetusto y enorme todo terreno. Podía elegir el que más le gustara, delante de tus ojos se alineaba una decena o más, todos blancos y asépticos.

Ni treinta segundos y el motor estaba en marcha. Le pareció demasiado fácil, acostumbrado a los sofisticados sistemas de seguridad de BMW, Mercedes, Audi, Ferrari, Porche, las cerraduras y el contacto del veterano 4x4 japonés se le antojaron de juguete. El áspero sonido del motor diesel era casi desagradable ... los pedales, el cambio, demasiado duros. Pero era lo que le habían pedido, pagaban bien, no hizo preguntas. Seguramente lo querrían para estrellarlo contra el escaparate de alguna joyería, no era asunto suyo. Ver oír y callar.
Se alejó de allí con toda naturalidad. Ni deprisa ni despacio, para no llamar la atención.
Al entrar en la M-40 se dio cuenta, como esperaba, que aquel trasto era lento y de reacciones pesadas, como un paquidermo. En sus sentidos conservaba el recuerdo del ultimo coche que.... (sonrió)..... bueno...... Un Subaru Imprezza, pensar que los dos estaban fabricados en Japón, esa maravilla de la tecnología y aquel cacharro que le costaba pasar de 100.
Sonó el móvil.
-¿Lo tienes?-
-Por su puesto. En 10 minutos lo tenéis donde acordamos-
-Perfecto-

Mientras guardaba el teléfono en el bolsillo del abrigo... apenas fue un instante. Su mirada se posó en la palanca de la caja de transferencia. Enrollada en torno a la palanca, a la altura del fuelle de goma que ocultaba los reenviaos, una pulsera de cuentas multicolores.
Se quedó petrificado, rígido, aferrado al volante, intentando buscar algo de consuelo en su tacto, un punto de apoyo. No tenía tiempo que perder... le estaban esperando, tenía un encargo que cumplir. Pero la pena y la curiosidad pudieron más, salió de la autovía por el primer desvió. Una gasolinera, perfecto. Allí no llamaría la atención. Paró el coche un instante y cogió la pulsera.
-No puede ser-
Era idéntica a una que ella solía usar. Le traía suerte, decía. Siempre la llevaba en el tobillo izquierdo.
Guardó la pulsera en el bolsillo de la cazadora y volvió a arrancar. Le rodaban lágrimas por las mejillas, temblaban sus manos... pero tenía un trabajo que hacer.
Flores. A ella le gustaban. Se prometió que mañana llevaría flores a su tumba.
2 comentarios
Dragonfly -
Puedo terminar relatos cortos como este, con un final más o menos abierto. Pero historias más complejas... Tengo que tenerlo todo muy claro antes de empezar a escribir y pocas veces me pasa...
Marta -